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Manuel Segundo Sánchez
Los restos de Sucre
i
Caracas
Litografía del Comercio
1918
UNIVERSITY OF NORTH CAROLINA
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UNIVERSITY OF
NORTH CAROLINA
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Excelente retrato al óleo, del pintor venezolano Tovar y Tovar
(Palacio Federal de Caracas)
Manuel Segundo Sánchez
Los restos de Sucre
(Publicado anteriormente en los números
3.325 y 3.326 de "El Universal", de Caracas,
el Io y el 2 de setiembre de 1918.)
Caracas
Litografía del Comercio
1918
LOS RESTOS DE SUCRE
I
MOTIVOS DE ESTA PUBLICACIÓN. — UN ACUERDO PATRIÓTICO
La falta de estrechas relaciones entre los pueblos americanos de ori-
gen latino; la ausencia, las más veces, de representantes diplomáticos
que fomenten la intercomunicación espiritual de estas Repúblicas; y la es-
casez de diaria información periodística son causa de que asuntos de in-
cuestionable trascendencia permanezcan ignorados aún entre naciones
vecinas. Así ocurrió con el hallazgo de los restos del Gran Mariscal de
Ayacucho; suceso generalmente desconocido entre nosotros y el cual se
realizó en Quito el año de 1900. Vamos a extractar de las publicaciones
que por entonces se hicieron en el Ecuador todo lo concerniente a este
sensacional acaecimiento. De pasada narraremos los incidentes que pre-
cedieron a la muerte de Sucre y la manera como fué asesinado. Dejare-
mos también constancia del sitio de honor donde, desde los días en que
se descubrieron los restos y fué proclamada su autenticidad, custódianlos
piadosa y filialmente el gobierno y el pueblo ecuatorianos.
Muévenos, además, a recoger en estas páginas el historial de esas
reliquias, dadas por perdidas en más de una ocasión, el Acuerdo que, a
propuesta de los Senadores por el Estado Sucre, doctores Emilio Óchoa
y Antonio María Planchart, sancionó el Senado venezolano en sus se-
siones ordinarias del año en curso y cuya parte dispositiva es como
sigue :
" El Senado de los Estados Unidos de Venezuela, etc., Acuerda:
" Excitar al Ejecutivo Federal a que solicite los restos mortales del Gran
" Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, y dicte las medidas con-
" venientes para su colocación en el Panteón Nacional, donde hace tantos
" años los espera el Sarcófago abierto en el Templo de los Inmortales".
Huelga decir que estos apuntes no se han recogido para los cultiva-
dores de la historia del Nuevo Mundo, sino para los que se interesan por.
ella y no tienen vagar para su estudio.
— 4 —
II
ANTECEDENTES. — EL ASESINATO DE BERRUECOS
El fracaso de la Convención de Ocaña, primero, y después el aten-
tado de setiembre contra la vida del Padre de la Patria, habían compli-
cado de tal modo, para fines de 1828, la situación política de Colombia,
que, con el propósito de conjurar los peligros que amenazaban la paz y
unidad de la nación, el Libertador, por decreto fechado en Bojacá el 24
de diciembre, convocó a elecciones para un Congreso Constituyente que
debía reunirse al comienzo de 1830 y al cual fió el cometido de dictar
una carta que estuviese de acuerdo con "las luces del siglo, lo mismo que
con los hábitos y necesidades de los habitantes de Colombia". Tenía
también la Asamblea el encargo de nombrar los altos funcionarios que
debían regir la República en su nueva etapa. Este Congreso, que Bolívar
calificó de Admirable por el número y la condición de los hombres que a
él concurrieron, reunióse en Bogotá el 2 de enero de 1830 y se instaló
definitivamente el día 20 del propio mes. El Gran Mariscal de Ayacucho,
diputado por la provincia de Cumaná, fué electo Presidente del Cuerpo.
La actitud que Páez había asumido desde 1829, encaminada a se-
parar a Venezuela de la Gran Colombia, movió al Congreso a nombrar
una comisión de su seno, compuesta de Sucre, el obispo Esteves y el li-
cenciado Aranda, y la cual debía trasladarse a Caracas en misión de paz.
Estos señores se avistaron en la villa del Rosario de Cúcuta con el gene-
ral Marino, el doctor Fernández Peña y don Martín Tovar Ponte, comi-
sionados que el Congreso Constituyente de Venezuela, reunido a la sazón
en Valencia, había enviado al encuentro de aquéllos. De orden de Páez,
a los Diputados colombianos no se les había permitido pisar tierra vene-
zolana. Las conferencias celebradas por los representantes de ambos
poderes, se llevaron a cabo en los días 18 a 21 de abril; pero, desgracia-
damente, no fué posible avenimiento alguno. Sucre regresó a Bogotá y,
clausuradas el 11 de mayo las sesiones de la Asamblea colombiana, em-
prendió poco después viaje a Quito. Abrigaba el propósito de separarse
de la política militante y consagrarse a su familia y al fomento del pa-
trimonio de su esposa, doña Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de So-
landa.
Además del doctor José Andrés García Trelles, que había asistido al
Congreso como diputado por la provincia de Cuenca, acompañaban al
Gran Mariscal en su viaje al Ecuador, su asistente el sargento primero
Lorenzo Caicedo, el sargento Francisco Colmenares, un negro llamado
Francisco, sirviente de García Trelles, y dos arrieros.
Sucre, deseoso de volver al lado de la Mariscala y de su hijita Te-
resa, que aún no contaba un año, determinó seguir el camino más corto,
es decir, el que pasa por Popayán y Pasto. A su llegada a Popayán, y
antes en Neiva, el temor de que pudiera ser agredido alevosamente, preo-
cupaba el ánimo de sus amigos. Aconsejáronle que torciera hacia el valle
del Cauca para ganar el puerto de Buenaventura, de donde podría dirigir-
— 5 —
se por mar a Guayaquil, en vez de seguir por la ruta de Timbío. El coronel
José del Carmen López, Comandante de Armas de Popayán, no teniendo
fuerza veterana de qué disponer, ofrecióle una escolta de veinticinco
hombres de la guardia nacional ; pero, como para la organización de esta
escolta se requería algún tiempo, Sucre, que no quería retardar su mar-
cha, declinó la prudente propuesta. "Sea por su valor personal — ha es-
crito el doctor Laureano Villanueva — sea por la pureza de su conciencia,
es lo cierto que no temió nunca a los asesinos".
El día 2 de junio Sucre durmió en la casa de José Erazo, situada en
el Salto del río de Mayo. Era Erazo un antiguo guerrillero realista, autor
de grandes fechorías y ahora primera autoridad de aquel paraje. Fué
él quien, en unión de Juan Gregorio Sarria, "igualmente conocido en los
contornos como ladrón y matador" y el entonces capitán Apolinar Morillo,
trazó el plan de la asechanza y apostó a los asesinos. En la jornada del
día 3 apenas adelantó dos leguas, haciendo alto en el sitio de Ventaque-
mada donde pernoctó. "Fué grande — refiere el historiador Restrepo — la
sorpresa del Gran Mariscal cuando encontró allí a Erazo, a quien había
dejado atrás, adelantándosele por un camino extraviado". Sarria, proce-
dente de Pasto, llegó poco después y en unión de Erazo retrocedió hacia
el Salto.
El día 4, cerca de las ocho de la mañana, los viajeros salieron de la
pascana o tambo de Ventaquemada y tomaron el camino que conduce a
Pasto. Apenas habían andado poco más de media legua por la montaña
de Berruecos cuando, hallándose en un punto estrecho, cubierto de mon-
te y dominado por el alto que llaman de la Jacoba y también del Cabuyal,
se consumó el crimen que puso fin a la vida del "más virtuoso soldado de
Colombia".
El orden de la marcha al atravesar la espesura donde se realizó el
asesinato era el siguiente : adelante, dos arrieros que conducían los equi-
pajes; después, Colmenares y Francisco; luego, García Trelles y Sucre; y
por último Caicedo que, por haberse detenido a componer la carga que
portaba su cabalgadura, habíase rezagado un tanto. Ante el peligro, que
parecía amenazarlos a todos, García Trelles siguió precipitadamente su
camino, sin detenerse a mirar por la suerte de su compañero y amigo.
El crimen, combinado por Erazo, Sarria y Morillo, fué llevado a
cabo por éste, Juan Gregorio Rodríguez, Juan Cuzco o Cuzqueño y An-
drés Rodríguez. De los cuatro disparos hechos por los asesinos, tres
dieron en blanco: uno, causó a Sucre una herida en la tetilla izquierda
que debió interesarle el corazón; los otros dos, lo hirieron en la cabeza.
Sucre, que apenas pudo exclamar ¡ay balazo!, cayó desplomado del ma-
cho que montaba. La muerte fué instantánea. "Veinticuatro horas quedó
tendido en aquel antro espantoso, con la cara sobre la húmeda tierra, sin
una almohada donde reposar su cabeza, cargada de gloriosos laureles;
sin tener a su lado una mano acariciadora que cerrara sus ojos — aquellos
ojos que un día lucieron, como faros, en los campos de la guerra; — sin un
compañero, ni luces, ni flores, ni sudario, ni sepultura, pues todos le
abandonaron en el primer momento".
— 6 —
"Al día siguiente — agrega el doctor Villanueva — sus ordenanzas,
acompañados de dos viajeros piadosos, llamados Patino y Beltrán, y unos
peones del lugar, le cargaron en brazos hasta un prado convecino, que
nombran La Capilla; y mientras cavaban la fosa, le acostaron, vuelta la
cara al cielo, sobre la yerba, empapada aún de gotas de rocío".
El general José María Obando, Comandante General del Departa-
mento Militar del Cauca, tuvo conocimiento de lo ocurrido el día 5. Des-
de Pasto, donde residía, envió al teniente coronel Antonio Mariano Al-
varez, comandante del batallón Vargas, con cien hombres pertenecientes
al cuerpo, a investigar el hecho y perseguir a los asesinos. Formaban
también parte de la comisión, Fidel Torres, comandante de milicias del
Juanambú, y el doctor Alejandro Floot, médico cirujano del Vargas. Este
Alvarez fué quien, a la vez que Obando y con fecha 31 de mayo de 1830,
había escrito una esquela a Erazo, de recomendación para Morillo, a fin
de que atendiese a éste en cuanto pudiera; credenciales esas que le ha-
bían dado — como declaró más tarde el propio Morillo — Obando y Alvarez,
para que por ellas Erazo lo auxiliara en la nefaria empresa. Cuanto a
Torres, encubridor del crimen, fué el encargado de distribuir entre sus
fautores la cantidad de cincuenta pesos, tasa de los fratricidas servicios.
Llegaron a La Capilla el día 6 y entre seis y siete de la tarde desen-
terraron el cadáver. Practicado por el doctor Floot, asociado al perito
Domingo Martínez, un somero reconocimiento médico-legal del cuerpo
de la víctima, se le sepultó de nuevo en la misma fosa.
No cuadra con el propósito de mera divulgación que en la presente
oportunidad nos guía, entrar en consideraciones acerca de los fines políti-
cos que se proponían alcanzar los responsables del ominoso delito; ni enu-
merar las consecuencias fatídicas que su perpetración tuvo para Nueva
Granada; pero, cúmplenos dejar constancia de que, a juicio de los histo-
riadores que hacen pesar sobre Obando el crimen de Berruecos, la su-
gestión del atentado partió de Bogotá. El Demócrata, órgano de la fac-
ción demagógica de la capital, no tuvo reparo en asentar en el número
correspondiente al 1? de junio de 1830, es decir, tres días antes de rea-
lizarse el asesinato, la siguiente frase:
"Puede que Obando haga con Sucre, lo que no hicimos con Bolívar,
y por lo cual el gobierno está tildado de débil, y nosotros todos, y el go-
bierno mismo carecemos de seguridad".
Así, leemos en las Memorias histórico-políticas de Posada Gutiérrez:
"El general Sucre era más temible que el mismo Bolívar, para el partido
disolvente y ambicioso que aspiraba al dominio de la tierra granadina".
Y en la Vida de Sucre por Villanueva: "Sucre no cabía en Colombia, ni
en el Perú ni en Bolivia. Dondequiera estorbaba. Tan gran virtud estaba
de más en este mundo". E Irisarri, en la Historia crítica del asesinato co-
metido en la persona del Gran Mariscal de Ayacucho, sintetiza su manera
de pensar en estos conceptos: "El general Sucre, defensor infati-
gable de la Independencia de Venezuela, de la Nueva Granada, del Ecua-
dor, del Perú y de Bolivia; el general afortunado que consiguió asegurar
la Emancipación de todos estos países, y aun la de Chile y la de las Pro-
— 7 —
vincias del Río de la Plata, destruyendo el día 9 de diciembre de 1824
el poder español en el Perú, en aquella fuente inagotable de recursos
para la Metrópoli ; el general más valiente, más hábil, más generoso, más
humano; el gobernante más solícito en promover el bien de sus goberna-
dos; el ciudadano más sumiso a las leyes; el mejor padre de familia; el
esposo más amante; el vecino más útil; el amigo más fiel; el hombre
más apreciable en la sociedad, parecía que debía morir en una edad
avanzada, en el lecho del justo, rodeado de su esposa, de sus hijos y nie-
tos, recibiendo de todos sus compatriotas los mejores testimonios de amor
y de respeto. Nadie debía esperar que hubiese un asesino americano
que espiase el momento oportuno para cortar una vida tan gloriosa y tan
digna de ser conservada. Pero no sólo había un asesino para este héroe;
habían muchos que deseaban ver correr aquella noble sangre".
Por lo demás, es ya copioso el número de las obras que tratan por
extenso de la muerte del "Abel de Colombia", y las cuales, como en otra
ocasión lo dijimos, pueden dividirse en dos grandes grupos: las de los au-
tores que achacan toda la responsabilidad a Obando y las de los que
inculpan al general Juan José Flores. Quizás la última palabra de tan
debatido asunto habrá de decírnosla el escritor colombiano don Juan Bau-
tista Pérez i Soto, quien ha consagrado largos años de su meritísima
existencia a recoger datos, compulsar documentos y allegar materiales
inéditos para una obra, próxima a publicarse, en cuyas páginas se exhi-
birán pruebas abrumadoras y tal vez definitivas, contra el inmediato eje-
cutor del crimen más execrable de cuantos nos presenta la Historia.
"Acabóse — dice el autor del Ensayo crítico, antes citado — la vida del
Gran Mariscal de Ayacucho, a los treinta y siete años de su edad. El
vencedor en Pichincha, en Ayacucho y en Tarqui; aquel a quien respe-
taron las balas enemigas que llovieron tantas veces sobre los ejércitos
colombianos; aquel que inmortalizó su nombre defendiendo la inde-
pendencia de la América del Sur y dando libertad a la patria de tantos
ingratos; aquel generoso y magnánimo guerrero que jamás abusó de la
victoria, y que nunca desenvainó su espada sino contra ios enemigos de
su patria; y aquel, en fin, que pudo escapar del veneno y del puñal del
alevoso extranjero, debía ser la víctima de los hombres que estaban obli-
gados a mirarle con amor, con veneración y con respeto".
III
DILIGENCIAS DEL GOBIERNO DE VENEZUELA PARA ENTRAR EN POSESIÓN DE
LOS RESTOS DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO. — LA GESTIÓN
DE GUERRA MARCANO
¡Envidiable gloria la de Sucre! Tres naciones de América dispú-
tanse la honra de velar sus cenizas. Bolivia las reclama, porque si bien es
cierto que ella surgió de la mente prodigiosa del Libertador, no lo es
menos que fué el Gran Mariscal de Ayacucho quien guió sus primeros
pasos y quien, como guerrero, magistrado y ciudadano, afianzó la unidad
— 8 —
nacional y dio prestigio a las instituciones de la naciente República. El
Ecuador se halla en posesión de ellas, y para no desprenderse del sagra-
do tesoro, invoca la imprescriptible deuda que contrajo con el vencedor
en Pichincha. Pero, ningunos títulos como los que exhibe Venezuela.
¿Habrá quien dispute a la madre, no ya el deber sino el derecho a custo-
diar en el Panteón de la Patria, los restos del segundo de sus hijos epó-
nimos?
Y cuenta que el Perú, cuando el recuerdo de la rota de Tarqui deje
de ofuscar el ánimo de sus políticos dirigentes; cuando la verdad histó-
rica, gracias a la crítica de los García Calderón, de los González Prada
y de los Villarán, se abra paso en la conciencia de su pueblo, el Perú
mismo podría reivindicar como herencia de gloria inmortal, los despojos
del guerrero que en Ayacucho puso término a la dominación de España
en América. Ya en 1876 un diario de Lima, La Patria, inició este noble
proyecto :
"Nosotros, que juzgamos como un deber del Perú asociarse a las ma-
nifestaciones en obsequio a los restos del que selló con su espada nuestra
independencia en los campos de Ayacucho, creemos que el triste suceso
de que damos cuenta nos impone otro más digno de nuestro reconoci-
miento a la memoria del Héroe colombiano.
"Si su patria natal, Venezuela, no ha podido conservar a la posteri-
dad sus preciosos restos, su patria adoptiva, la que libertó de la esclavitud
y de la opresión, debe conservar su nombre escrito en un monumento
digno de gloria.
"Proponemos, pues, a la gratitud del Perú una suscrición nacional
para erigir un monumento al Gran Mariscal de Ayacucho, Don Antonio
José de Sucre".
La primera en demandar al Ecuador los restos del Gran Mariscal
fué Bolivia. Su Encargado de Negocios, el señor José R. Sucre, expresa
los sentimientos de su gobierno sobre el particular en el párrafo con que
encabeza la nota que, fechada en Cuenca el 13 de diciembre de 1845,
dirigió al Ministro General de la República Ecuatoriana y el cual es del
tenor siguiente:
"Señor:
"El pueblo boliviano, que jamás ha podido olvidar los servicios que
prestó su primer Presidente; al hombre que lo constituyó y lo hizo mar-
char por el sendero de las leyes; al más rígido observador de ellas; al
que usando siempre de lenidad, supo mantenerlas en su fuerza moral:
este pueblo, repito, me honra hoy, por medio de su gobierno, con el im-
portante encargo de recabar del Gobierno ecuatoriano los restos mortales
del desgraciado Gran Mariscal de Ayacucho. No desconozco que el pueblo
ecuatoriano recuerda con gratitud la memoria de uno de los más célebres
guerreros de la independencia, del vencedor en Pichincha. ¿Pero se ne-
gará un pueblo generoso, un pueblo franco a las solicitudes de un pueblo
amigo? Desprendiéndose la nación ecuatoriana de los restos mortales
del infortunado Mariscal, no honra menos su memoria, cediéndolos a otra
nación, que desea levantarle monumentos de gratitud: cada uno de los
bolivianos que contemple estos monumentos dirá: "Aquí yacen las ce-
nizas de nuestro primer Magistrado: debemos su posesión a la generosi-
dad del pueblo ecuatoriano". ¡Cuánta gloria, señor, para este pueblo!"
Elevada la comunicación del Representante de Bolivia al Congreso
del Ecuador, por un Acuerdo dictado en el propio mes de diciembre, negó-
se éste a deferir a los deseos de aquella República, en los términos que
siguen :
"El Congreso aplaude los nobles sentimientos del pueblo boliviano
en la solicitud de los restos de su esclarecido fundador, porque ve en ello
la gratitud de toda una República por los beneficios que, desde su crea-
ción, le hiciera el egregio Capitán y el eminente hombre de Estado, a
quien una gran parte de Sud-América debe señalados y muy distingui-
dos servicios en la causa de su emancipación y libertad. Mas como el
Ecuador es precisamente un pueblo que honra su memoria, y no olvidará
jamás al que, combatiendo diestra y valerosamente en las gloriosas jor-
nadas de Pichincha y Yaguachi, contribuyó eficaz y poderosamente a re-
dimirlo del duro y pesado yugo peninsular; y quien por la predilección
que siempre tuvo por esta tierra, hubiera continuado prestándole grandes
y útilísimos servicios, sin el desgraciado suceso que puso fin a su intere-
sante existencia; el Congreso cree que, independientemente de la negati-
va que acerca de la predicha solicitud pudiera haber por parte de la dis-
tinguida matrona e ilustre viuda de aquel grande hombre, no sería nunca
honroso ni digno del pueblo ecuatoriano el desprenderse de las venera-
das reliquias de uno de los más insignes guerreros de la América del
Sur, que eligió este suelo por su patria. Tal es la contestación que debe
darse al Gobierno de Bolivia, manifestándole al mismo tiempo el senti-
miento que acompaña al pueblo ecuatoriano por no poder corresponder
a los deseos de aquella República amiga, sobre la adquisición de un ob-
jeto que el Ecuador mira con religioso respeto y con recuerdos llenos de
tierna gratitud".
En dos ocasiones, Comisionados especiales de Venezuela, previo
consentimiento del gobierno ecuatoriano y con su apoyo y la promesa
de entregarlos en caso de ser hallados, solicitaron vanamente en Quito,
por los motivos que luego veremos, los restos de Sucre.
Fué la primera en 1876, a iniciativa del general Guzmán Blanco,
para entonces Presidente de la República. Desde setiembre del año an-
terior le había confiado al señor Mateo Guerra Marcano el honroso come-
tido de exhumar en Quito y trasladar a Venezuela los despojos mortales
del Gran Mariscal.
Las diligencias practicadas el 24 de enero de 1876 por el Agente
venezolano en el convento y la iglesia de San Francisco, en presencia
del Gobernador de la Provincia de Pichincha y de otras personalidades
de Quito, resultaron frustráneas. En el convento se examinaron las pie-
zas de un esqueleto completo que se conservaban en una cajita de ma-
dera y fácilmente pudo comprobarse que no eran las del de Sucre. En el
altar mayor de la iglesia se descubrió la bóveda propiedad de la familia
— 10 —
Solanda y en ella se halló el cadáver de la marquesa y los de otros deu-
dos suyos, pero no el de su primer marido. Lo mismo sin resultado
alguno, se practicó con otra bóveda situada al lado de la primera. "De
manera — termina el acta en que se dejó constancia de estas pesquisas —
que el señor Marcano (Guerra Marcano) quedó convencido de la absolu-
ta imposibilidad que había de encontrar los restos tan deseados justamen-
te, y a la vez satisfecho del interés que habían tomado tanto el Supremo
Gobierno de esta nación, como sus empleados y más personas interesadas
en el descubrimiento de esos restos tan venerandos y en la entrega de
ellos al señor Marcano".
Guerra Marcano, turbado sin duda por el fruto negativo de sus ges-
tiones, dirigió al Ministerio de Relaciones Exteriores del Ecuador, con
fecha 1? de febrero de 1876, una nota en la que puso de manifiesto, a la
vez que el puro patriotismo que lo poseía, su falta de aplomo diplomá-
tico; falta que evidenció más aún, al publicar en Guayaquil, antes de
abandonar la tierra ecuatoriana, la comunicación de referencia, cuyo
texto dice así:
"Quito, Febrero 1? de 1876.
Señor:
Desvanecida completamente la esperanza de encontrar los restos mor-
tales del General Antonio José de Sucre, pues que han sido inútiles las
prolijas diligencias que, por orden de U. S. H., practicó S. S. el Gober-
nador de esta provincia, para exhumarlos de la bóveda en que se creyó
que yacieran, no tiene objeto mi permanencia en esta capital, y partiré de
ella el día 3 del mes que principia, llevando a Venezuela esta triste y ver-
gonzosa nueva: "El polvo del Gran Mariscal de Ayacucho se ha perdido".
Y al participarlo a U. S. H., cumple a mi deber dar las gracias a S. E.
el Presidente de la República, por el asentimiento que se dignó prestar
a la traslación de aquellas preciosas reliquias a Caracas, posponiendo no-
blemente su deseo de que permanecieran en el Ecuador, al derecho con-
que la Patria del Héroe pretendió llevarlas a su amoroso seno; derecho
evidente e incontrovertible, porque si Sucre hubiese vivido al disolverse
Colombia, habría recuperado su primitiva nacionalidad, es decir, la na-
cionalidad venezolana; porque él dio pruebas inequívocas de su natural
preferencia por el país en que se formó su ser físico y su ser moral, con-
sagrándole los más ricos trofeos de sus triunfos inmortales y los mejores
blasones de su épica grandeza: porque si es verdad que el amor a la pa-
tria nativa es el compendio de todos los amores, debemos creer que la
voluntad de Sucre fuese legar sus cenizas a Venezuela, como le legó las
suyas el Libertador, no obstante que ambos amaban también intensa-
mente a las demás secciones de la gran República que se desplomó al des-
aparecer ellos del escenario del mundo : porque era justo, tierno y bello el
pensamiento de que reposaran juntos los despojos de esos dos genios
que nacieron bajo el mismo cielo, que juntos ascendieron al pináculo de
la grandeza humana, despidiendo luz y gloria, que se admiraron y se
— ll-
amaron siempre, y que, mártires de la misma causa, juntos descendieron
al sepulcro, para que sus destinos fueran más idénticos; y porque, en fin,
Venezuela, que envió a tantos y tan ilustres hijos suyos a defender la
independencia y libertad de sus hermanos del Sur, bien merecía ser oída
al pedir que se le restituyese aquel cadáver que ha permanecido aquí
durante nueve lustros sin recibir los honores públicos que merecía. Pero,
en vano acató S. E. ese derecho; y ojalá que lo hubiese contestado, para
que ignorara el Universo que aquí, a las faldas del Pichincha, en el cam-
po de batalla en que el General Sucre alcanzara la espléndida victoria
de que surgió la nacionalidad política del Ecuador; aquí, en Quito, la ciu-
dad predilecta del Héroe, no hubo un palmo de terreno para sepultar su
cadáver; y, si lo hubo, faltó una mano agradecida o piadosa que pusiera
una cruz sobre su pobre sepultura; hecho tanto más inexplicable y mis-
terioso, cuanto que, indudablemente, el pueblo ecuatoriano venera la me-
moria de su Libertador. Extraña suerte la del varón esclarecido que en
Ayacucho terminó la magna guerra, selló la independencia de medio con-
tinente, y cautivó la admiración del mundo ! En la edad más hermosa de
la vida, frescos aún los gloriosos laureles que le ornaban: cuando tanto
prometía a la libertad; y cuando tan lisonjeras esperanzas cifraba en él
la magnífica Colombia, cae herido y muerto por una mano alevosa, co-
barde y parricida, que no tiembla al disparar sobre aquella luminosa fren-
te, sobre aquel sublime corazón, venero de virtudes; y su polvo, que de-
bieron disputarse cinco Repúblicas, para guardarlo bajo soberbio mau-
soleo, ese polvo sagrado que hubiera poseído con orgullo la nación más
rica de hombres célebres, es arrojado a una ignorada huesa, como si se
quisiera evitar al Caín de ese Abel el disgusto que le causara la erección
de un túmulo a su víctima . . . Jamás, nunca el crimen obtuvo mayor triun-
fo. ¡ Qué premio al mérito ! ¡ Qué estímulo al patriotismo ! No es así como
las naciones forman a sus Macabeos, a sus Leónidas, a sus Gracos, a sus
Washington. No es así como se forma a los hombres de Plutarco, sino
a los Calígulas y a los Rosas. No es así como se forma a los héroes,
sino a los tiranos.
Disimulad, señor, las quejas que he vertido en esta nota; que no se
puede tratar el doloroso asunto a que ella se contrae, sin que se conmue-
van todas las fibras de la sensibilidad. Felizmente, el oprobio de la pér-
dida de las cenizas de Sucre no alcanza al actual Gobierno del Ecuador,
que quiso compartir con el de Venezuela la eminente honra de arrancar-
las al abismo del olvido, para trasmitirlas a la posteridad en un monu-
mento digno de la fama histórica del que fué la gloria más excelsa de la
América, después de la del Gran Bolívar.
Ofrezco, una vez más, a U. S. H., los sentimientos de consideración
y respeto con que me suscribo su atento servidor,
Mateo Guerra Marcano.
Al Excmo. señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República del
Ecuador, etc., etc."
— 12 —
Sucedió lo que era de esperarse. La prensa de la República hermana
refutó los conceptos mortificantes para el patriotismo ecuatoriano que
encierra la nota de nuestro Agente. En el tomo xiv de los Documentos
compilados por los señores Blanco y Azpurúa, pueden verse algunos
de los escritos que con relación a ese asunto se dieron a la estampa. Que-
rríamos reproducirlos in extenso; pero la falta de espacio no nos permite
copiar ahora sino uno que otro párrafo.
El Nacional, de Quito, dice entre otras cosas:
"Cierto es que el señor Guerra Marcano no acusa al actual Gobierno
del Ecuador, por la insubsistencia de los preciosos restos del Gran Maris-
cal; pero se guarda de decir lo que la lealtad pedía que dijese, a saber:
que este Gobierno recientemente inaugurado, no podía ser responsable
de la incuria del Magistrado que regía la República en 1840. Confiesa que
el Gobierno del Ecuador quiso compartir con el de Venezuela la honra
de arrancar las cenizas de Sucre al abismo del olvido: pero sus quejas
son por demás amargas para el pueblo ecuatoriano que se resiente de
ellas, viéndolas como un cargo de ingratitud para con la veneranda memo-
ria de uno de sus más ilustres Libertadores. Preciso es, pues, poner las
cosas en su punto, y restaurar el brillo del honor nacional, si en alguna
manera ha podido empañarlo la publicación del Comisionado venezolano.
"Sabido es que, por dicha del Ecuador, el aleve y cobarde crimen
que privó a Colombia de una de sus más altas y puras glorias, dando
muerte al Gran Mariscal Don Antonio José de Sucre, no manchó al terri-
torio ecuatoriano con la noble sangre del adalid nobilísimo: sabido es
que no fueron manos ecuatorianas las que desgarraron el corazón de la
Gran República con el infame asesinato de uno de sus más grandes y
virtuosos hijos. El Ecuador se presenta al juicio de la historia con la
frente limpia de la sangre de Sucre, y deja la responsabilidad del crimen
a quien corresponda.
"Sabido es también que a la muerte de Sucre, y hasta quince años
después, el Ecuador se hallaba regido por un hijo de Venezuela, y sub-
yugado por un ejército extranjero, venezolano en su mayor parte, que si
le dejaban el título de nación independiente y soberana, mal podían dis-
frazarle la realidad de la dependencia en que vivía: ¿de quiénes? de
hijos de Venezuela.
"¿Qué pudo hacer en tales circunstancias el pueblo ecuatoriano para
honrar como era debido las reliquias del Gran Mariscal? ¿A quién co-
rrespondía guardarlas como preciosísimo tesoro de la Patria y legado de
gloria para las futuras generaciones? ¿Quién debía recoger ese polvo
que debieron disputarse cinco Repúblicas para guardarlo bajo soberbio
mausoleo? Este era deber del magistrado venezolano que regía por en-
tonces los destinos del Ecuador, y había de haber visto en los restos de
Sucre, no los despojos de un hombre perteneciente a su familia, sino la
propiedad inestimable de Colombia, de Venezuela especialmente; de
Venezuela, Patria del Magistrado a quien se había de dirigir la posteri-
dad pidiéndole cuenta dsl sagrado depósito que debió custodiar con soli-
— 13 —
citud tanto más viva, cuanto más íntimos eran los lazos que la ligaban a
la ilustre víctima. Lazos de la común nacionalidad, ¡lazos de la Patria!;
lazos formados en los campos de batalla, en los combates librados bajo
la misma bandera y por la misma causa, noble y santa, ¡lazos de la gloria!
"Jamás habríamos tocado voluntariamente este punto; porque profe-
samos sagrado respeto a los muertos, y tenemos que no hay villanía más
infame que la de levantar la losa del sepulcro para perturbar la paz en
que descansan ciertas cenizas. Sabemos que las tumbas piden oraciones
y lágrimas, y que sólo pechos bastardos pueden acercarse a ellas para
llamar a juicio a las sombras e interrogarlas con airado lenguaje. Úni-
camente al historiador es permitido llegar hasta el dintel de la eternidad
a juzgar a los que por él han pasado; pero para ejercer tan grave mi-
nisterio, debe colgarse la estola de la intención inocente y recta, y purifi-
car el corazón de toda pasión malévola. Jamás habríamos tocado volun-
tariamente este punto, lo repetimos; y aun obligados a ello por el señor
Guerra Marcano, confesamos nuestro profundo disgusto, y le hacemos
cargo del sacrificio que nos impone".
"Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que el Ecuador no tiene culpa
en no haber honrado cívicamente la memoria del "más digno General de
Colombia", desde el año 1830 hasta el 1845. El pueblo ecuatoriano ha
venerado y venera, como no puede menos de confesar el señor Guerra
Marcano, esa memoria por mil títulos querida; y si a pesar de esa vene-
ración, nada se hizo en Quito para honrar las cenizas de Sucre, este hecho
que parece inexplicable y misterioso al Comisionado venezolano, pudo y
debió ser explicado por él ; si no, había de faltar hidalguía en la queja. El
pueblo ecuatoriano nunca olvida a sus Libertadores, y tiene la gloria de
haber tributado siempre a sus altos merecimientos el homenaje de gra-
titud exigido por la justicia. Cuando Bolívar ¡proscripto de su Patria!
veía maldecido su nombre en el Congreso de Valencia, el Ecuador, en
el de Riobamba, le proclamaba por padre de la patria y protector del
sur de Colombia; le ofrecía eterna memoria y gratitud eterna a sus bene-
ficios inmortales; mandaba decorar con su retrato las salas públicas de
justicia y de Gobierno; ordenaba que se celebrase como fiesta nacional
el aniversario de su nacimiento, y le reconocía, confirmaba y ratificaba
los títulos y honores que le habían conferido las leyes colombianas.
Bolívar ¡ proscripto de su Patria ! recibía del Ecuador una muy bien senti-
da representación en la cual se le ofrecía esta tierra por patria; recibía el
ofrecimiento de una renta mayor que la señalada a los Presidentes ecua-
torianos, y de respeto y tranquilidad para sus preciosísimos días".
"Si ni Caracas ni Quito pueden depositar los restos del esclarecido
Capitán, aquélla en su Panteón y ésta en su monumento, una y otra deben
tamaña desgracia a la acción destructora de los cuarenta y cinco años
pasados; de los cuales quince, por lo menos, los quince primeros, deben
rebajarse de la cuenta formada al Ecuador, y acumularse por algún res-
pecto, al cargo de Venezuela.
— 14 —
"No queremos, con este descargo, denigrar a la ilustre patria del
ilustre Mariscal de Ayacucho, no: considerando cuáles han sido las cir-
cunstancias que han pesado sobre ella, no somos injustos para acusarla.
Sabemos que es nuestra hermana, y lo tenemos a honra : recordamos con
cuánta generosidad envió a tantos y tan ilustres hijos suyos a defender
la independencia y libertad de sus hermanos del Sur, y lo recordamos con
gratitud profunda y sincera; con esa gratitud que nos habría obligado al
sacrificio de entregar las cenizas de Sucre al señor Guerra Marcano, si
los nueve lustros pasados no hubieran privado de ellas a nosotros y a
nuestros hermanos de Venezuela. Nuestro descargo es descargo entre
hermanos, que no amengua la estimación ni desdice el buen afecto: y
descargo inevitable, además, impuesto por la publicación que ha hecho
el señor Comisionado de Venezuela y que se registra en este número de
El Nacional".
De Los Andes, de Guayaquil, entresacamos estos párrafos:
"Ya que El Nacional quiso contestar los dislates del señor Marcano,
debió hacerlo de una manera que conciliara la dignidad del Ecuador
con las consideraciones debidas a una nación hermana, inocente de la
falta cometida por su Comisionado. ¿Ha llenado este doble objeto la
contestación impresa en el número 501 de El Nacional?
"Difícil nos parece haya ecuatoriano que la lea sin un sentimiento
de humillación. Allí se hace aparecer a nuestro Gobierno como un niño
de escuela que, reprendido por un pedagogo airado, se excusa echan-
do la culpa a otro. Lo que correspondía al decoro nacional era confesar
noblemente que el Ecuador, lo mismo que las otras cuatro Repúblicas, a
cuya independencia contribuyó de una manera tan gloriosa el vencedor de
Pichincha y de Ayacucho, han omitido en verdad cumplir el deber de re-
coger sus reliquias sagradas; pero que esta misión, obra en el Ecuador de
circunstancias desgraciadas (entre las que deben mencionarse las con-
vulsiones que han agitado a la República desde su cuna) en manera al-
guna arguye por parte nuestra ingratitud u olvido. Ahí están para ates-
tiguarlo los honores tributados al Gran Mariscal en 1830, el Decreto de
la Convención de 1845 y el monumento que se halla actualmente en vía de
ejecución para honrar su memoria ilustre. Que la mano destructora del
tiempo no haya respetado las cenizas del grande hombre, piadosamente
depositadas por su viuda en un templo, es una desgracia común para las
cinco Repúblicas: todas deben llorarla; ninguna enrostrarla a la otra.
Baste decir que sólo a los cuarenta y seis años las ha reclamado la patria
misma del Héroe; y esto (según lo expresa eí Ministerio de Relaciones
Exteriores de Venezuela) por haberse erigido recientemente un Panteón
Nacional en Caracas para colocar los restos de los venezolanos ilustres.
El que los del inmortal Sucre hayan tornado a la nada, es para todos una
sorpresa dolorosa: nadie dudó de su conservación; por eso no los solicitó
antes Venezuela; por eso no los buscó antes el Ecuador; por eso tardaron
tanto las cinco Repúblicas. . . Todas creyeron que la bóveda de la noble
familia Solanda, en el templo de San Francisco de Quito, era un santua-
rio seguro para las reliquias del Gran Mariscal. En este duelo de fa-
— 15 —
milia, a cada uno de sus miembros sólo corresponde el silencio: nada
más impropio que romperlo para prorrumpir unos contra otros en des-
templadas quejas y en extemporáneas recriminaciones".
"Si es temerario e injusto que un individuo de Venezuela, quien no
habla a nombre de su patria, porque carece de personería para ello, pre-
tenda hacer recaer únicamente sobre el Ecuador una responsabilidad que,
en caso de haberla, correspondería a las cinco Repúblicas, no lo es me-
nos que un ecuatoriano, digno contendor del venezolano, pretenda hacer-
la recaer sobre un hombre, desterrado quince años del Ecuador, y que
yace en la tumba hace doce años. La vulgaridad de que "de la cuenta del
Ecuador se rebajen los quince años que mandó un venezolano, y que se
pasen a la cuenta de Venezuela", ofende no sólo el buen sentido, sino la
honra de Rocafuerte y de los prohombres del Ecuador; falsea la historia
patria, y hiere profundamente el sentimiento nacional".
"Nadie ignora que de los quince años a que se hace referencia, el
esclarecido Rocafuerte mandó cinco años (1834-1839) y que mandó con
entera independencia del General Flores, retirado en su hacienda de la
Elvira. Pretender lo contrario, esto es, que Rocafuerte no fué sino un
instrumento de Flores, es una invención manifiesta, contra la cual protes-
ta el Ecuador al erigir una estatua a Rocafuerte.
"¿No figuraron por ventura, en los otros diez años, en los Congresos
y en las magistraturas, todas las notabilidades ecuatorianas de aquel tiem-
po? ¿No se desencadenó la oposición contra el Gobierno en la tribuna y
en la prensa? ¿Por qué amigos y enemigos no pensaron en las cenizas de
Sucre? Simplemente porque no se les ocurrió.
"Aun admitiendo el descargo de los diez años, y si se quiere de los
quince, ¿cuál es la razón que se alega para no haberse hecho lo que se
debía en los otros treinta? La de los disturbios políticos. ¿Y cuándo los
hubo más que en los albores de nuestra nacionalidad?"
"El escritor de El Nacional ha cometido la grave falta de procurar
hacer de este desgraciado incidente una cuestión internacional y una cues-
tión de partido. ¿Es político, es amistoso, es fraternal, traer a colación,
con motivo de la desaparición de los restos mortales del Gran Mariscal
de Ayacucho, la nacionalidad de sus matadores? ¿A qué viene eso de que
"no fueron ecuatorianos Apolinar Morillo, los dos Rodríguez, ni el Cuz-
co?" ¿No reclamó recientemente el Ministro de Colombia por una frase
parecida, inserta en una comunicación diplomática con motivo del asesi-
nato del Presidente García Moreno?"
— 16
IV
NUEVAS SOLICITUDES DEL GOBIERNO VENEZOLANO. — LA MISIÓN DEL
PRESBÍTERO DOCTOR SUCRE, SOBRINO DEL GRANDE HOMBRE
Por segunda vez, en 1894, nuestro gobierno gestionó la consecu-
ción de los restos de Sucre. Aproximábase el 3 de febrero de 1895, cen-
tenario de su natalicio, y Venezuela, que se preparaba a conmemorar
dignamente la gran fecha, pensó de nuevo en repatriar los despojos del
ínclito soldado; ofrenda ésta la más propicia a sus manes. Prestóle pro-
babilidades de éxito al designio una comunicación que, por medio del
Encargado de nuestro Consulado en Guayaquil, el señor W. Higgins, en-
vió a la Cancillería Venezolana el presbítero Pablo Moreno, de nacionali-
dad española, y quien entre otras cosas aseguraba que "después de mu-
chas investigaciones y desvelos en el convento máximo de San Francis-
co de Quito, había tenido la felicidad de encontrar los venerables restos".
El 10 de agosto de 1894 el general Joaquín Crespo, Presidente de
la República, nombró al presbítero doctor Antonio José de Sucre, sobrino
carnal del Héroe, Encargado de Negocios en el Ecuador, "con el objeto
de apurar la investigación del paradero de los restos del Gran Mariscal
de Ayacucho, que hay motivo para creer que se han descubierto reciente-
mente, y, en caso afirmativo, de solicitar la entrega de ellos y conducirlos
a Caracas, de modo que se hallen aquí en época del centenario de aquel
varón insigne". Posteriormente, con fecha 15 de diciembre del mismo
año, el doctor Sucre fué promovido a la categoría de Enviado Extraor-
dinario y Ministro Plenipotenciario.
El doctor Sucre, en un folleto impreso en Quito, 1895, y el cual tiene
por título Restos del Gran Mariscal de Ayacucho. Documentos publicados
por la Legación de Venezuela, nos refiere el resultado completamente
nugatorio de su misión. Con la patriótica diligencia, el recio carácter y
la entereza de corazón que poseía el presbítero Sucre, secundado diligen-
temente por el Gobierno del Ecuador, se llevaron a cabo prolijas inves-
tigaciones en el convento de San Francisco de Quito, en los días 16 de
noviembre y 1 1 de diciembre de 1894 y 17 de enero del año siguiente.
Los informes del precitado presbítero Moreno, así como los de otro espa-
ñol de nombre Aureliano Corta, ni los de los Padres Franciscanos del
mencionado convento, fueron parte a dar con la caja que debía encerrar
los restos.
Muchas contrariedades y disgustos, atenuados generosamente por
incesantes demostraciones de cordial apoyo, por parte del primer Ma-
gistrado, del Ministro de Relaciones Exteriores y de otras altas personali-
dades de la República hermana, hubo de sufrir el doctor Sucre en cum-
plimiento del encargo que la patria le confió. Y cuando a ella regresaba
"con el dolor inconsolable de no devolver al suelo natal las reliquias tan
ardientemente deseadas", la muerte le sorprendió en Guayaquil, casi de
súbito, el 17 de julio de 1895.
— 17 —
No queremos pasar adelante sin relatar dos incidentes provocados por
las gestiones de nuestro Ministro en Quito.
El doctor Sucre pactó con la Cancillería Ecuatoriana el protocolo
cuya articulación vamos a copiar. Suscrito ad referendum, nuestro Go-
bierno no llegó nunca a ratificarlo. Sin duda el doctor Sucre pretendió
justificar su conducta en el particular cuando, en nota para el Ministro de
Relaciones Exteriores del Ecuador, fechada el 9 de junio, le dice:
"Convencido ya como lo estoy y como lo está V. E. y junto con V. E.
las personas más ilustradas y sensatas que ornan la culta sociedad quiteña,
de que las venerandas reliquias están irremediablemente perdidas, pongo
fin a la misión que a ese respecto me encargó mi Gobierno, e invitó al
de V. E. a celebrar con esta Legación un acuerdo que en lo venidero sirva
de insuperable obstáculo a las pretensiones de nuevos exploradores o des-
cubridores de los desdichados restos.
"El acuerdo que ahora indico me fué insinuado por el Honorable
señor Herrera, digno antecesor de V. E. en comunicación de 16 de di-
ciembre próximo pasado; y quedó consignado en forma de protocolo,
suscrito por el Honorable Señor Tobar, entonces Ministro Plenipoten-
ciario ad hoc y esta Legación ; pero hube de suspender su curso, en virtud
de las inesperadas revelaciones del R. P. Meneses, que forzosamente han
dado margen a investigaciones tan prolongadas y eludidas, cuanto esté-
riles e irritantes".
Hé aquí las conclusiones del aludido documento :
"Artículo 1? Los Gobiernos de la República del Ecuador y de los
Estados Unidos de Venezuela declaran la imposibilidad absoluta de dar
con los restos del Gran Mariscal de Ayacucho, irremediablemente per-
didos dentro o fuera del convento de San Francisco de Quito, donde fue-
ron piadosamente sepultados por la señora doña María Carcelén y Larrea,
consorte y viuda del General Sucre, con el fin de asegurarles para siem-
pre cristiana e inviolable tumba.
"Artículo 2? Ambos Gobiernos reputarán y repudiarán, como obra
de sórdida impostura y de repugnante estafa, toda denuncia u ofrecimien-
to que sobre el rastreado hallazgo, haga en lo venidero cualquiera indi-
viduo o colectividad.
"Artículo 3? Ambos Gobiernos deploran su involuntaria impoten-
cia para encontrar las preciosas reliquias, a las que hubieran tributado
los honores cívicos de que son dignas, y se reservan, por eso, según la
respectiva oportunidad, indemnizar a los venerandos restos del doloroso
extravío que han padecido, con homenaje y rememoraciones especiales".
Un redactor de El Diario, de Quito, comentando en 1900 el extra-
vagante Protocolo de 1895, lo hace en los términos que siguen:
"Se necesita toda la inocencia del caso, por no decir algo más, para,
en asunto tan propenso a los caprichos de la casualidad, revestirse de la
magistral prosopopeya de los infalibles y declarar ex-cátedra irremedia-
blemente perdidos los restos del Mariscal de Ayacucho, y farsante a todo
aquel que siquiera intentara indagar de nuevo el paradero de las vene-
radas reliquias. A Acuerdo tan indecoroso y que pone completamente
—18 —
en ridículo a los que lo suscriben, nos arrastró el atrabiliario carácter del
presbítero Sucre y la tradicional flojera del Presidente y Ministro de
Relaciones Exteriores de entonces. Los hechos han venido a compro-
barlo. Hoy no puede uno menos que reírse al leer el celebérrimo pro-
tocolo. Y luego, aun cuando se le haya escrito en sentida forma y
estilo almibarado encierra un fondo antipatriótico execrable; porque, en
último análisis, se llega a esta conclusión: eso de andarse buscando los
restos de Sucre es una ocupación muy fastidiosa para el Gobierno y por
esto, aunque baje el mismo Altísimo a indicarnos el lugar donde se ha-
llan esos despojos, declaramos sórdida impostura y repugnante estafa.
Mandamos, pues, y ordenamos que se tengan por irremediablemente
perdidos esos restos, a fin de que nos dejen vivir en paz y no se altere
la dulce tranquilidad de que gozamos".
El otro incidente a que antes aludimos, es el de que en el curso de
la correspondencia que sostuvo nuestro Ministro con el de Relaciones
Exteriores del Ecuador, apuntó éste, en una de sus comunicaciones, que
"la voluntad expresa del vencedor de Pichincha y el amor con que el
pueblo emancipado por él lo consideran como a padre de su libertad, se-
ría, me avanzo a presumirlo, grave obstáculo para que mi Gobierno
consintiese en despojar a su patria de la valiosa posesión de los restos
que afanado busca, si al cabo tiene, no sé si pueda decir, Ir ventura de
encontrarlos".
La respuesta del doctor Sucre no se hizo esperar. Es de justicia
reproducirla en esta ocasión.
"Legación de los Estados Unidos de Venezuela. — Quito, Diciembre 7 de
1894.
"Excmo. Señor:
"Tuve anteayer el honor de recibir la nota de la misma fecha en
la que V. E. se digna participarme la satisfacción con que el Excmo. Sr.
Presidente de la República ha mirado bondadosamente el oficio, que con
fecha tres del corriente dirigí a ese departamento, entrando luego
V. E. en algunas consideraciones encaminadas a significar el grave obs-
táculo con que tropezaría el Gobierno del Ecuador, para devolver al de
Venezuela los restos del Gran Mariscal de Ayacucho, caso de que pa-
reciesen.
"Como inmediato consanguíneo del Vencedor de Pichincha y como
miembro caracterizado de la familia Sucre, estimo, agradezco, admiro y
aplaudo el nobilísimo empeño que, llegada la ocasión, pusieran el Go-
bierno y pueblo ecuatorianos en conservar, como tesoro propio, las an-
heladas y venerandas reliquias; pero, como ciudadano y representante
de Venezuela, cúmpleme el indispensable deber de patentizar en toda
su luz los títulos indisputables que asisten a mi patria para pedir que se
le entreguen los despojos mortales del más preclaro de sus hijos, des-
pués del Gran Libertador de medio Continente.
— 19 —
"Venezuela es, Excmo. Señor, algo más que la patria nativa de
Sucre: es la madre amorosa, que a fuerza de desvelos, formó la inteli-
gencia y el corazón de ese su hijo predilecto, que a tal madre debió las
virtudes y merecimientos que lo llevaron a la cúspide de la gloria con
que, gracias a la munificencia del Supremo Autor de todos los dones, se
ha inmortalizado su nombre.
"Cuando en 1810 estalló la gran insurrección continental, era Sucre
un oficial distinguido, esmeradamente educado en las academias de Cu-
maná y Caracas; de tal modo que, como lo asegura el Libertador, en los
apuntes biográficos que dictó en Lima, el año de 1825, el joven ingeniero
sirvió con distinción a las órdenes del General Miranda, en los años
11 y 12.
"Pero Venezuela hizo algo más que educar cumplidamente la inte-
ligencia de Sucre para la brillante carrera a que el Cielo lo destinaba.
Venezuela infundió en el corazón de Sucre el temple heroico de sus
más aguerridos y expertos campeones, como lo comprueba este testimonio
irrecusable del Libertador :
" Cuando los Generales Marino, Piar, Bermúdez y Valdez empren-
" dieron la reconquista de su patria, en el año de 13, por la parte oriental,
" el joven Sucre les acompañó a una empresa la más atrevida y temera-
" ria. Apenas un puñado de valientes, que no pasaban de ciento, inten-
" taron y lograron la libertad de tres provincias. Sucre siempre se dis-
" tinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor.
" En los célebres campos de Maturín y Cumaná se encontraba de or-
" dinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, des-
" trozando ejércitos contrarios, con tres o cuatro compañías que com-
" ponían todas nuestras fuerzas. La Grecia no ofrece prodigios mayores.
" Quinientos paisanos armados, mandados por el intrépido Piar, des-
" trozaron ocho mil españoles, en tres combates en campo raso. El
" General Sucre era uno de los que se distinguían en medio de estos
" héroes".
"Es más todavía: no contenta Venezuela con formar la inteligencia
y el corazón de Sucre, le proporcionó vasta escuela y medios abundantes,
para cultivar, desarrollar y perfeccionar los grandes talentos militares y
políticos con que se dignó favorecerlo la Divina Providencia. Óigase, si
nó, al Gran Libertador:
"El General Sucre sirvió en el Estado Mayor General del Ejército
" de Oriente desde el año de 1816 hasta el de 1817, siempre con aquel ce-
" lo, talento y conocimientos que lo han distinguido tanto. El era el alma
"del Ejército en que servía. El metodizaba todo: él lo dirigía todo;
" mas con esa modestia, con esa gracia con que hermosea cuanto eje-
" cuta. En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la
" guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba frecuentemente
" de mediador, de consejero, de guía, sin perder nunca de vista la buena
" causa y el buen camino. El era el azote del desorden y, sin embargo,
" amigo de todos".
— 20 —
"Su adhesión al Libertador y al Gobierno lo ponían a menudo en
" posiciones difíciles, cuando los partidos domésticos encendían los
" espíritus. El General Sucre quedaba, en la tempestad, semejante a
" una roca combatida por las olas, clavados los ojos en la patria y sin
" perder, no obstante, el aprecio y amor de los que combatía".
" Después de la batalla de Boyacá, el General Sucre fué nombrado
" Jefe del Estado Mayor General Libertador, cuyo destino desempeñó
" con su asombrosa actividad. En esta capacidad, asociado al General
" Briceño y al Coronel Pérez, negoció el armisticio y regularización de
" la guerra con el General Morillo, el año 1820. Este tratado es digno
"del alma del General Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio de
" la beneficencia lo dictaron : él será eterno como el más bello monumen-
" to de la piedad aplicada a la guerra: él será eterno como el nombre del
" vencedor de Ayacucho".
" Luego fué destinado, desde Bogotá, a mandar la división de tropas
" que el Gobierno de Colombia puso a sus órdenes, para auxiliar a Gua-
" yaquil, que se había insurreccionado contra el Gobierno Español. Allí
" Sucre desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz".
" Vése, pues, Excmo. Señor, que cuando Sucre vino a este suelo,
donde tanta gloria cosechó, llegaba cargado de virtudes y merecimientos,
que, colocándolo a la par de los más conspicuos de sus conmilitones, lla-
maron la atención del Gran Libertador que, con la intuición del genio,
comprendió que ese su modesto teniente era el hombre llamado a sus-
tituirlo y subrogarlo en el inmenso campo de gloria que, desde el
Carchi hasta el Potosí, divisaba la mirada de águila del vencedor de
Boyacá y Carabobo. Y, séame permitido acentuarlo bien: a Venezuela y
exclusivamente a Venezuela debió Sucre las dotes guerreras y cívicas
y los merecimientos sobresalientes que le abrieron de par en par las
puertas de la inmortalidad.
"¿Tiene o no Venezuela títulos incontestables para reclamar como
suyo todo lo que pertenece a Sucre?
"Verdad es que en el privilegiado suelo ecuatoriano fué donde des-
plegó Sucre con todo su primor sus singulares dotes guerreras y po-
líticas.
" Soy el primero en reconocer gustosísimo que, sin la patriótica
cooperación que le prestaron los pueblos del Ecuador, las audaces y bien
concebidas maniobras del vencedor de Yaguachi, Riobamba y Pichincha,
se habrían estrellado contra la superioridad numérica y disciplinaria de
la hueste peninsular; pero fuerza es confesar también que el patriotis-
mo ecuatoriano no habría podido lucir con tanto esplendor sin el genio
de Sucre. Hable una vez más el Gran Libertador:
" La campaña que terminó la guerra del Sur de Colombia, fué di-
" rígida y mandada en persona por el General Sucre ; en ella mostró sus
"talentos y virtudes militares; superó dificultades que parecían invenci-
"bles: la naturaleza le ofrecía obstáculos, privaciones y penas durísi-
" mas. Mas a todo sabía remediar su genio fecundo. La batalla de
" Pichincha consumó la obra de su celo, de su sagacidad y de su valor.
— 21 —
" Entonces fué nombrado, en premio de sus servicios, General de Divi-
" sión e Intendente del Departamento de Quito. Aquellos pueblos, que
" veían en él su Libertador, su amigo, se mostraron más satisfechos del
" Jefe que les era destinado, que de la libertad misma que recibían
" de sus manos. El bien dura poco : bien pronto lo perdieron".
"Recuerda V. E., en la nota que tengo el honor de contestar, la ne-
gativa dada por la Convención Nacional de 1845 a las gestiones que hizo
la República de Bolivia para que se le cediesen los restos del hombre a
quien, después de Bolívar, debió aquella República su organización y
autonomía. Nada más justificado que esta negativa; porque, al fin y al
cabo, Sucre era un extranjero para Bolivia; al paso que el Ecuador fué
la patria de Sucre, mientras hizo parte integrante de Colombia la Grande,
y al Ecuador debió Sucre mucho caudal de amor, prácticamente probado
en ocasiones solemnes.
"Pero, tratándose de Venezuela, Excmo. Señor, permítaseme decli-
nar respetuosamente la paridad del argumento. Venezuela fué, antes y
después de la disgregación de la Gran Colombia, es y será hasta el fin
de los siglos, la patria de Sucre; porque Venezuela dio a Sucre, junto
con el ser material el ser moral, intelectual, político y militar, que lo ha
levantado a la altura de los más grandes capitanes y estadistas de la
América del Sur.
"En el terreno de la jurisprudencia civil, el Ecuador es legítimo
poseedor de los restos del General Sucre; y por eso, Venezuela, su her-
mana, le pide que graciosamente se los ceda; pero en la esfera mucho
más elevada de las leyes de la naturaleza, Venezuela tiene títulos sa-
grados a la propiedad definitiva de esos restos, cuya devolución solicita,
contando, como debe contar, con la hidalguía y magnanimidad del Go-
bierno y pueblo ecuatorianos.
"Cierto es, Excmo. Señor, que en el Ecuador tuvo a bien Sucre fijar
definitivamente el domicilio de su corazón, como dice la notft que tengo
a la vista; pero no es menos cierto, como lo sabe el país, que el domicilio
anhelado por el corazón de Sucre fué muy fugaz y efímero.
" En el Ecuador no queda, pues, de Sucre, otra cosa que los ignora-
dos y problemáticos restos y el amor, veneración y gratitud con que
honran su memoria todos los ecuatorianos de corazón bien puesto. Esto
es, Excmo. Señor, timbre incomparablemente más valioso, para este
noble país, que el hallazgo y retención de las solicitadas reliquias. Viva
siempre Sucre en el corazón de los ecuatorianos, que ese es su más dig-
no hogar, y vayan sus despojos mortales, si se encuentran, a la tierra
donde nació y se educó como uno de sus más egregios hijos.
"Me he extendido, Excmo. Señor, más de lo que ordinariamente
permiten documentos de esta naturaleza; pero sírvanme de excusa la
gravedad y trascendencia del asunto que lo motiva, y dígnese aceptar,
con esta excusa, la reiterada y distinguida consideración con que soy del
Señor Ministro muy atento y S. S.
"(Firmado) Antonio José de Sucre.
"Al Excmo. Sr. Ministro de Relaciones Exteriores del Ecuador".
— 22 —
Para terminar esta parte de nuestros apuntes, queremos recordar
que don Jerónimo Sucre, en carta que dirigió el 12 de mayo de 1833 a
la viuda de su hermano el Gran Mariscal de Ayacucho, se quejaba del
abandono de los restos en la selva de Berruecos. Contestóle doña Ma-
riana Solanda de Barriga, así está firmada la respuesta, con fecha 21
de noviembre del mismo año. De una copia fidedigna de este interesante
documento, que aun permanece inédito en su mayor parte, sólo se nos
ha permitido copiar el párrafo pertinente al asunto que nos ocupa. Dice
así:
" No sé cómo hayan podido asegurar a U. que los restos del Jral.
" Sucre se mantengan aun sepultados en la montaña de Berruecos, por
" qe- inmediatamente mandamos de aquí comisionados p* qe- los
" recojan, como lo verificaron con la mayor puntualidad. Luego qe- lle-
" garon a esta ciudad se depositaron en la Iglesia de Sn- Francisco, donde
" se hallan con el fin de colocarlos en un túmulo bastante suntuoso, qe-
" se iba a fabricar, i se suspendió pr- tanta ocurrencia política, qe- nos
" ha tenido en continuo sobresalto. Ni la desencia, ni mi delicadeza
"permitían otra cosa; y así extraño qe- U. hubiese podido vasilar sobre
" un asunto, que clamaba pr- lo qe- debía ejecutarse de mi parte. Tal vez
" dentro de breve tendrá Ü. noticia de la conclusión de la obra".
EL HALLAZGO EN QUITO. — REVELACIONES DE LA SEÑORA RIVADENEIRA. — UN
SECRETO GUARDADO POR MÁS DE CINCUENTA AÑOS. — CONCLUSIÓN
A fines de abril de 1900 llegaron a Caracas los siguientes cable-
gramas :
"Quito, 24 de abril de 1900. — Ministro Exterior. — Caracas. — Casi
seguridad encontrados restos Sucre. — Cónsul".
"Quito, 26 de abril de 1900. — Ministro Exterior. — Caracas. — Com-
probada autenticidad restos Sucre. — Cónsul".
"Quito, 26 de abril de 1900. — Presidente Castro. — Caracas. — Honró-
me con anunciarle hallazgo restos Mariscal Sucre en Monasterio Car-
men.— Alfaro".
"Para Ministro del Exterior. — Caracas. — Restos Mariscal Sucre es-
tán identificados. Pueblos antigua Colombia de plácemes. — Ministro Ex-
terior".
El tercero de los partes que hemos trascrito fué contestado así:
"General Alfaro. — Quito. — Gracias por tan buena nueva. Acordare-
mos traída restos. — Castro".
No obstante la seguridad del hallazgo que encierran esas comuni-
caciones oficiales, el mandatario de Venezuela no gestionó en forma
alguna la traslación de los restos a Caracas. Podemos asegurar que
tampoco se acogió con el interés que demandaba la alteza del asunto,
la valiosa mediación de nuestro Cónsul General en Quito, señor Manuel
Jijón Larrea, hijo del Ecuador, quien gentilmente puso sus servicios a
— 23 —
la disposición de nuestra Cancillería con el fin de solicitar del gobierno
de su patria, llegado el caso, la entrega de los ilustres despojos.
Sin duda alguna la Administración actual, que pone grande em-
peño en honrar todo cuanto es orgullo de Venezuela, se apresurará,
ante el recuerdo que evocó el Senado de la República, a pedir al Go-
bierno del Ecuador que, como una nueva prenda de su tradicional amis-
tad, permita que los restos del Gran Mariscal de Ayacucho, después de
su largo reposo en el seno del noble solar de Olmedo, vengan a des-
cansar definitivamente en el regazo de la tierra donde Sucre vio la luz y
acarició sus primeros sueños de libertad y de gloria; sueños en cuya
realización llegó a ser tan grande, que diversos pueblos se disputan la
honra de custodiar sus cenizas.
Antes de 1900, los restos habíanse solicitado exclusivamente en el
templo y convento de San Francisco, tanto porque en él se halla el mau-
soleo de la familia Solanda, como porque la Maríscala se dejaba decir
y aún lo escribió a su hermano político don Jerónimo, como ya lo hemos
visto, que allí habían sido enterrados. Fuera por colocarlos lejos del
alcance de los enemigos de Sucre; fuera por temor de que los disturbios
políticos en que se debatía el Ecuador llegaran hasta turbar el eterno
reposo de los restos; o tal vez a causa de la posición en que se había
situado la marquesa al contraer segundas nupcias con el general Barriga,
es lo cierto que, en lugar de los restos, fué enterrada en San Francisco
la caja contentiva de adobes que se encontró en una de las pesquisas
practicadas en Quito.
No parece sino que la fatalidad, que inerme condujo a Sucre a la
celada de Berruecos, había de perseguirle más allá de la tumba. Como
para hacer más difícil aún la identificación de sus restos, mil testimonios
contradictorios surgieron cada vez que se trató de su búsqueda y otros
tantos incidentes penosos alejaron el término del hallazgo. Háse dicho
que, a raíz del asesinato, la viuda solicitó el cadáver; pero habiéndole
llevado uno que no era el del Mariscal, hubo de confiar nuevamente el
encargo a sus fieles asistentes Caicedo y Colmenares, testigos del aten-
tado; y el primero, además, enterrador de Sucre. Con el sigilo que el
caso pedía, fué conducido el verdadero cadáver a la hacienda El Deán,
donde lo esperaba doña Mariana. A ciencia cierta no se sabe el año en
que fueron trasladados los despojos a Quito y depositados en el monaste-
rio del Carmen Bajo ; pero gracias a la señora Rosario de Rivadeneira, po-
seedora del secreto, pudo darse al fin con la caja que los contenía.
El Diario, de Quito, en su edición correspondiente al 21 de abril de
1900, anunció al pueblo ecuatoriano el encuentro posible de los restos.
La señora Rivadeneira acababa de revelar a los señores doctor Alejandro
S. Meló y César Portilla, el verdadero lugar donde habían sido deposita-
dos por la Marquesa de Solanda. Estos caballeros, previo consentimien-
to de la referida señora, se apresuraron a llevar su trascendental con-
fidencia a conocimiento del Gobierno del Ecuador. Apersonado del
asunto, sin pérdida de momento, y después de tres días de solícito em-
peño, el 24 de abril, a las dos de la tarde, fué descubierta y ofrecida a la
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contemplación del numeroso concurso que llenaba la iglesia del Carmen,
la caja contentiva de los restos a que se había contraído la declaración
de la señora Rivadeneira. Ese mismo día se levantó por el escribano
público don Daniel Rodríguez un acta del hallazgo y al siguiente, los
restos "fueron entregados a la Facultad de Medicina, a fin de que ella
compruebe o no, legalmente" si eran aquellos los auténticos despojos
del Gran Mariscal.
El periódico quiteño, arriba citado, consagró a la memoria de Sucre,
en el 78? aniversario de la batalla de Pichincha, una edición de gala que
corresponde al 24 de mayo de 1900. Recogiéronse en ella producciones
de valer, en prosa y verso, en honor de Sucre; la interesante documen-
tación relativa al hallazgo de los restos, y la descripción de las grandes
fiestas cívicas y religiosas con que el gobierno del general Alfaro y el
clero de Quito solemnizaron la traslación de los restos desde la Capilla
ardiente erigida en la iglesia del Carmen Moderno, hasta la Metropoli-
tana; actos realizados en los días 29 a 31 de mayo y 1? a 4 de junio de
1900.
Por la importancia histórica que entrañan debiéramos reproducir en
este lugar muchos de aquellos documentos. No siendo ello posible, por
falta de espacio, nos vemos constreñidos a copiar únicamente la entre-
vista celebrada por un repórter de El Diario con la señora Rivadeneira
el 25 de abril. Servirá para satisfacer la curiosidad del lector ansioso
de detalles.
" — Repórter. — Señora: se asegura ser Ud. la descubridora de los
restos del Mariscal de Ayacucho.
" — Señora Rivadeneira. — Sí, Señor: soy yo quien he indicado el
sitio donde se encontraban.
" — R. — Agradeceríale inmensamente se dignara Ud. explicarme có-
mo llegó a ser poseedora de tal secreto.
" — S. R. — No tengo inconveniente. Soy hija legítima del Dr. Agus-
tín Rafael Rivadeneira (abogado) y de la Sra. María Vásconez.
"Mi madre era aún muy joven cuando trabó amistad con la Sra.
Marquesa de Solanda, mujer del General Sucre. Vivió algún tiempo,
tres años, poco más o menos, en una hacienda que entonces se denomi-
naba "La Pailería" o "Chisinche chiquito", vecina de "Chisinche gran-
de", de propiedad de la Sra. Solanda. Esta vecindad fué un nuevo mo-
tivo para que se estrecharan los lazos de amistad que unían a la señora
Marquesa con mi madre. Después casóse ésta con el Dr. A. R. Rivade-
neira y nací yo de este matrimonio.
"Cuando ya tuve uso de razón, recuerdo, me llevaban frecuente-
mente a casa de la Marquesa, la que me quería mucho y me agasajaba
con cariño.
"Por este motivo llegué a conocer a Isidro Araus, Mayordomo de
"El Deán" — otra hacienda de la mujer del Mariscal — y a la mujer de
aquél, Francisca de Araus. Pude captarme las simpatías de ésta, y
hé aquí la causa de hallarme poseedora del secreto a que Ud. se re-
fiere.
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" — R. — Si no la importuno, abusaré de la bondad de Ud. para exi-
girle algunos otros detalles y sobre todo, me dé a comprender cómo las
simpatías que por Ud. tenía Francisca de Araus, fueran causa de que lle-
gara Ud. a saber el sitio donde se guardaban los restos mortales del Ge-
neral Sucre.
" — S. R. — Accederé gustosa a su pedido: habiendo ya muerto la
Marquesa de Solanda, presentóse un día en mi casa la mayordoma Fran-
cisca de Araus.
"No nos habíamos visto largo tiempo.
"Era una mujer alta de cuerpo, blanca, inteligente, suspicaz y ya
bastante anciana.
"Díjome entonces: "como yo me voy a morir y sé que la Sra. Mar-
quesa (se refería a la Sra. Solanda) la quería a Ud. tanto, así como la
aprecio yo, vengo a comunicarle un secreto: el lugar donde se encuen-
tran los restos de hombres grandes: del General Sucre, del General Ba-
rriga y de Don Sebastián (un hermano del General Barriga) ; porque
más tarde las Naciones pueden reclamarlos": estas fueron sus palabras
textuales. — Me dijo en seguida que escribiera lo que me iba a contar.
Como yo me hallara ese día bastante enferma, no pude hacerlo, y me
limité a oírla con atención.
"Continuó la viejecita entonces: "Al General Sucre, como sabe Ud.,
lo mataron en Berruecos el año 30. Ninguna noticia habíamos recibido
al respecto, cuando llegó la fiesta de Corpus de ese mismo año. La casa
de la Marquesa (*) estaba engalanada para el paso de la procesión,
cuando vimos venir por la calle del Correo (hoy Venezuela) al mulato
asistente del General, tirando un caballo, el sombrero del Mariscal y sus
botas sobre la montura. Así que entró a la casa el asistente, preguntá-
rnosle con ansia, qué era del General, y nos respondió: vengo de ente-
rrarlo bajo un árbol: lo mataron en Berruecos!
"Hubo llantos en la casa y se quitaron inmediatamente de las ven-
tanas las colgaduras de damasco de seda púrpura.
"Después de algunos días, partieron de Quito, por orden de la Mar-
quesa, el mulato asistente y mi marido, (no olvidemos que habla la
mayordoma Francisca de Araus) acompañados de algunos indios, dos o
cuatro, no recuerdo bien, con el fin de traer los restos del Mariscal. Lle-
varon los comisionados mucho alcohol, espíritus de la botica; una caja
de madera antigua, de esas de guardar ropa y dos bestias de carga.
"Como el cadáver no alcanzara en la caja, recogiéronle las piernas
a la fuerza, de modo que quedó como en cuclillas y le echaron algunas
ropas encima, para aparentar que conducían mercaderías. A la vuelta,
caminaron sólo de noche y con grandes precauciones. No tocaron en
Quito, sino que se dirigieron derechamente a "El Deán", donde se ha-
bían preparado de antemano un ataúd y varias sustancias antisépticas.
" (*) Hoy, la que ocupa el "hotel" de Chariaud, según lo afirma la Sra. R¡-
vadeneira; pero con la diferencia de que la grada se encontraba al lado derecho,
entrando, y no al izquierdo como ahora. Entonces este sitio ocupaba el cuarto
particular de la Marquesa de Solanda.
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"Depositado el cadáver en el ataúd, se colocó éste debajo del altar
del Oratorio de la hacienda. Allí permaneció algunos años hasta que
fueron exhumados los restos y guardados en una nueva caja, la que fué
traída con sigilo a Quito. En esta ciudad, se sacaron de la Iglesia de
San Francisco los despojos mortales de la niña Teresa, hija de la Sra.
Solanda y del Mariscal. Juntáronse en una misma caja los restos de
padre e hija; púsose en el fondo de aquella una tela de tisú y se la en-
volvió en un traje de la Marquesa.
Así arreglada la caja, la llevamos yo y mi marido al Carmen Bajo
(moderno) ; recibióla la Madre Manuela Valdivieso, Superiora de la
Orden y parienta cercana de la Sra. Marquesa. A los Padres de San
Francisco se les hizo creer que los restos del General Sucre estaban
contenidos en un ataúd que, en verdad, sólo encerraba adobes.
"En el Carmen, pues, al pié del Sagrario, frente a la tumba del
General Daste y cerca de la ventana por donde comulgan las monjas
— palabras textuales — se halla enterrada la caja: este es secreto que lo
he conservado con la mayor religiosidad: sólo lo sabemos mi marido, yo
y la Superiora del Convento (la parienta de la Marquesa)". — Esta es
Sr. — agregó la Sra. R. Rivadeneira — la narración sucinta de cuanto me
dijo Francisca de Araus, el día que fué a visitarme en mi casa.
" — R. — Señora — repusimos nosotros — con temor de importunarla
demasiado, nos permitiremos preguntarle ¿qué sabe usted de un frasco,
conteniendo un manuscrito que se dice haber sido colocado en la caja
que guarda los restos del Mariscal?
" — S. R. — Cierto es que Francisca de Araus me aseguró la existen-
cia de aquel frasco; pero en detalle tan minucioso podía muy bien ha-
berse equivocado.
" — R. — ¿Conserva Ud. documentos o manuscritos que contengan
instrucciones sobre el sitio donde se encontraron los restos del Ma-
riscal ?
" — S. R. — Como dije a Ud. antes, el día en que la Mayordoma de la
Sra. Solanda me reveló el secreto, no pude, por enfermedad, manuscri-
bir los detalles que se me suministraban ; pero ese mismo día, se los dic-
té a mi padrastro; pues ya en esa época había fallecido mi padre y mi
madre se hallaba casada con el Coronel Juan Correa. Este se guardó
los manuscritos, y a su muerte, me fué imposible recaudarlos, a pesar
de las gestiones que hice para el objeto.
" — R. — Podrá Ud. decirme, Sra., si la respetable mamá de Ud. tuvo
hijos de su segundo matrimonio?
" — S. R. — Sí, Señor: tengo dos hermanos de madre.
" — R. — Conjetura Ud. que alguna otra persona pudiera haber cono-
cido lo que a Ud. reveló la Mayordoma de "El Deán"?
" — S. R. — Nadie conoce el secreto; pues así me lo aseguró repe-
tidas veces la persona a quien se refiere Ud. en su pregunta.
" — R. — Y, cuál ha sido la causa que la ha movido a Ud. a guardar
silencio hasta hoy?
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" — S. R. — Cuando vino el Dr. Sucre como Enviado de Venezuela
para recaudar los restos del Mariscal, el año 94, tuve intención de revelar
a ese sacerdote mi secreto; pero llegué a saber lo mal que había tratado
a los Padres Franciscanos y me abstuve de hacerlo.
" — R. — Sabía, Sra., que al descubrir su secreto hubiera reportado
a Ud. quizá alguna utilidad pecunaria?
" — S. R. — Todo el mundo lo sabe que sí; pero ningún interés me
ha movido, sin embargo, durante 15 años que llevo de guardar el secreto,
y si ahora lo he revelado, ha sido por una idea puramente patriótica y
desinteresada. Lo contrario sería poner en ridículo al Ecuador mismo
ante Venezuela y el mundo civilizado en general.
" — R. — Para terminar, Sra., nos avanzaremos a preguntarle, ¿por
qué hizo Ud. su revelación a los Sres. Dr. Alejandro S. Meló y César
Portilla? ¿Qué relaciones la ligan con estos caballeros?
" — R. S. — Con el Dr. Meló las de simple amistad.
"El cómo supo este Sr. mi secreto es muy explicable. La familia
Vásconez Bueno sabía, desde hace tres años, que yo guardaba el secreto
tantas veces referido, e indicóme lo conveniente que era el asociarme
con dicho Sr. para las investigaciones consiguientes. Yo acepté la indica-
ción y el Dr. se asoció a su vez, con el Sr. César Portilla. El Sr. Dr. Meló
es amigo de la familia citada.
"Después de agradecer cortésmente a la Sra. R. Rivadeneira, a
nombre de la Redacción de El Diario, por la facilidad y benevolencia que
nos prestó para el desempeño de nuestra comisión, nos retiramos, juz-
gándola satisfactoriamente cumplida".
La Facultad de Medicina rindió el Informe solicitado por el Gobier-
no, el 7 de mayo de referencia; informe que termina con estas palabras:
"La Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador,
" unánimemente cree : que está comprobada la identidad de los restos
" encontrados en la Iglesia del Carmen Moderno, como que son los del
" General Antonio José de Sucre".
Por su parte, el doctor don Federico González Suárez, Obispo de
Ibarra, llamado a pronunciar el elogio fúnebre de Sucre en la festivi-
dad religiosa del 4 de junio de 1900, no confirmó con el testimonio de
su elocuente palabra la autenticidad de los restos, sino después de haber
adquirido la plena conciencia del hecho. Su Discurso que tenemos a la
vista, así como declaraciones posteriores del ilustre Prelado y sabio his-
toriador, que murió no há mucho, elevado al Arzobispado de Quito, rea-
firman la conclusión de la Facultad de Medicina.
No todo el mundo aceptó en el Ecuador como inapelable el dicta-
men de la Facultad de Medicina. Impugnólo rudamente, negando la
autenticidad de los restos, el doctor Alberto Muñoz Vernaza en trabajos
que intituló Examen Crítico y Réplica. El doctor Manuel María Casa-
res, miembro del docto Cuerpo, se encargó de defender sus conclusiones.
Al decir del señor Alberto Gutiérrez, Ministro que fué de Bolivia en
Caracas, en su obra La muerte de Abel (La Paz, 1915), "la política
tomó parte en la controversia; muchos había que trataban con ese inci-
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dente de desautorizar, o de ridiculizar, o de desprestigiar al general Alfaro.
La tinta corrió a torrentes en la polémica, figurando a la cabeza de los
que negaban la autenticidad de los despojos de Sucre, el coronel Alberto
Muñoz Vernaza, una de las personalidades más culminantes del partido
conservador ecuatoriano".
Los restos de Sucre. Contestación a la réplica del Doctor A. Muñoz
Vernaza (Quito, 1906), llámase el último libro publicado por el doctor
Casares. En nuestro sentir, refuta victoriosamente las opiniones de su
contrincante y desvanece toda duda sobre la autenticidad de los restos
descubiertos en 1900.
Hace cosa de un año, en 1917, fué bendecido en la Capilla de Almas
de la Iglesia Metropolitana de Quito, el mausoleo donde reposan los
restos del Gran Mariscal de Ayacucho. Tomamos de un artículo sus-
crito por el señor Ernesto Peralta y reproducido por El Universal, de
esta ciudad, la descripción del monumento y las últimas declaraciones
del Ilustrísimo Arzobispo doctor González Suárez acerca de la veracidad
del hallazgo.
"La obra fué encomendada a los Talleres Salesianos de la Tola y
los sacerdotes que los dirigen y los artesanos y artistas a cuyo desempeño
se encomendó la ejecución han puesto en ésta todo esmero hasta que
resulte, como ha resultado, una admirable obra de arte.
"El pedestal es cuadrangular, mide tal vez unos tres metros de altu-
ra; en cada una de las caras se encuentran unas planchas que semejan
mármol negro jaspeado, y es tan perfecta la imitación que para ser
mármol de veras, sólo le falta el hielo de esa piedra.
"El resto de las caras del pedestal es primorosamente tallado; en la
del frente se han esculpido los emblemas de la Patria y de la guerra:
todos los artísticos tallados están cubiertos de oro fino, dorado que lo ha
ejecutado el competente trabajador español a cuyo cargo corrió el reves-
tir de oro el altar mayor y los altares laterales de San Agustín.
"Incrustada entre los emblemas de la Patria y de la guerra se en-
cuentra una plancha de verdadero mármol y en la que está grabada en
letras de oro la siguiente inscripción :
INCLITI DUCIS
ANTONII JCSEPHI SUCRE
OSSA SUB SANCT/E CRUCIS VEXILLO
IN FUTURA RESURRECTIONIS SPE
HOC IN CINERARIO CONDITA QUIESCUNT
"Los despojos del Gran Mariscal los ha guardado hasta ahora la Igle-
sia Metropolitana como los auténticos del Héroe de Pichincha y para
que la Autoridad Eclesiástica no contribuyera a un público engaño el
Ilustrísimo y Reverendísimo señor doctor Federico González Suárez,
Arzobispo de Quito, hizo privadas indagaciones, de las que resultó pie-
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ñámente comprobado que los restos encontrados en 1900 en el Carmen
Bajo, eran real y positivamente del vencedor en Ayacucho.
"Hé aquí la relación hecha por el mismo Ilustrísimo señor Gonzá-
lez Suárez, relación contenida en una de las Notas que ilustran el conte-
nido del Segundo Tomo de sus Obras Oratorias, publicado en esta capi-
tal el año 1911.
"Común era la creencia de que los restos de Sucre estaban en la
Iglesia de San Francisco; mas, ¿cuál era el fundamento de semejante
creencia? — Nadie sabía decirlo... se creía que estaban allí, porque se
suponían que allí debían estar. Doña Mariana Carcelén, la viuda de
Sucre, se decía, era muy devota de la iglesia de San Francisco, y ahí ha
de haber depositado los restos de su esposo, cuando los hizo traer de
Berruecos, donde fueron sepultados. — En mi niñez, conocí a esta señora
y observé que la iglesia frecuentada por ella todos los días era la de la
Compañía, muy próxima a su casa.
"En el año de 1894, cuando, por segunda vez, se buscaron en vano
los restos de Sucre en San Francisco, entonces supe yo casualmente que
no estaban allí, sino en la iglesia del Carmen Bajo: esta noticia la dio
en aquellos mismos días al señor Carlos Demarquet una señora Riva-
deneira, anciana, la misma que después se la comunicó al señor doctor
Meló; el señor Demarquet era entonces Jefe Político de Quito, y, como
tal presidía en las investigaciones, que se estaban haciendo en la iglesia
de San Francisco: una tarde, acercósele una señora y le dijo: "En vano
están buscando aquí los restos de Sucre: esos restos no están aquí: yo
sé dónde están : están en el Carmen Bajo". — Demarquet, muy disgustado
por la actitud insoportable del señor Sucre, sobrino del Mariscal, le
dijo a la señora Rivadeneira: "Señora, calle usted: guarde usted silen-
cio. Cuidado diga usted a nadie nada. Este clérigo es inaguantable!"
"No sé si el señor Demarquet dio o no crédito a la señora Rivade-
neira. Lo cierto es que en aquella ocasión las intemperancias del señor
canónigo Sucre impidieron que se buscaran en el Carmen Bajo los
restos del Gran Mariscal. — La noticia dada por la señora Rivadeneira al
señor Demarquet con la respuesta y resolución de éste, las supe yo esa
misma tarde: me las refirió un amigo mío, a quien le contó lo ocurrido
el mismo señor Demarquet.
"El año de 1908, estando yo ya de Arzobispo de Quito, enfermó gra-
vemente la Reverenda Madre María de la Concepción Jamesson, Priora
del Monasterio del Carmen Bajo; fui a visitarla, tanto por consolar
como Prelado a la religiosa, cuanto por el propósito de hablar con ella
acerca del hallazgo de los restos de Sucre.
"Conocía yo a esta monja, la había tratado antes y la estimaba,
porque era señora adornada de prendas morales no comunes: después
de hablar de varios asuntos relativos a los intereses espirituales de la co-
munidad, le dije: "Madre, usted fué quien avisó que los restos del Gene-
ral Sucre se encontraban depositados en la iglesia de este convento?"
" — Sí, Ilustrísimo señor : yo fui", me respondió la monja.
" — Usted tuvo la seguridad de decir la verdad?" le repuse yo.
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" — Sí, señor Arzobispo: sí tuve seguridad", contestó la monja.
" — No estaría usted engañada?", le observé yo.
"Sonrióse la monja, y me replicó con entereza:
" — No, señor; no estuve engañada: me constaba bien lo que ase-
guraba".
" — ¿Y cómo le constaba a usted?" — Le repliqué yo a mi vez.
"Entonces la monja me hizo la relación siguiente: — En este conven-
to hubo dos Madres Carcelenes, ambas tías de la señora Mariana, viuda
de Sucre. Una de las Madres, la Madre (no me acuerdo ya del nombre :
la Madre Jamesson lo dijo y yo lo he olvidado), era la heredera legítima
del marquesado de Solanda, y por la renuncia que de él hizo cuando
profesó, lo heredó su sobrina, la señora Mariana. Esta venía muy a me-
nudo a este convento, y, como tenía licencia, entraba adentro y visitaba
a sus tías. Cuando el general Sucre fué asesinado, mandó traer su ca-
dáver a Quito: lo trajeron, en silencio, y lo depositaron, a ocultas, en la
hacienda que la señora Marquesa tenía en Chillo: ahí estuvo algún
tiempo: después, asimismo en silencio, lo trajeron acá y lo sepultaron,
a escondidas, aquí. Pocas, muy pocas, contadas, éramos las monjas
que sabíamos el secreto: yo era joven, muy joven entonces, y las Ma-
dres Carcelenes me querían mucho, y, por eso, supe yo todo.
"Continuando su narración, añadió: — La señora Marquesa, la señora
Marianita, solía venir acá, y aquí lloraba en silencio por Sucre, acor-
dándose de él y de cómo lo mataron: mandaba celebrar misas y hacer
sufragios por su alma. La hijita de Sucre estaba también enterrada
aquí. — La última vez que vino la señora estuvo en mi celda, y lloró más
que otras veces.
"La Madre Jamesson estaba con su inteligencia clara y su razón
muy serena. Me acompañaba en esta visita mi Provisor, el señor don
Pedro Martí, ahora Chantre de la Metropolitana: pocos días después de
esta conversación, la Madre Jamesson falleció tan cristianamente como
había vivido".
"La autoridad civil no volvió a acordarse más de los sagrados des-
pojos.
"Descompuesto el soberbio túmulo que se levantó en la Catedral
para que reposara la riquísima urna cineraria, mientras se celebraban
los solemnes funerales, a raíz del hallazgo de los restos del ínclito Ma-
riscal, fué trasladada la indicada urna a la Capilla del Santísimo y que-
dó sobre el piso. Después se la llevó a la de Almas y se la puso encima
de la serie de nichos donde se conservan los restos de algunos sacerdotes
y de personas particulares.
"Las cenizas del ínclito cumanés descansarán ahora sobre el her-
moso pedestal erigido por la munificencia y patriotismo del Ilustrísimo
señor doctor Federico González Suárez, Arzobispo de Quito, y del Ve-
nerable Cabildo Metropolitano. Allí continuarán hasta que los Poderes
Públicos de la Nación se acuerden de la obligación que tienen de eri-
gir un digno y grandioso monumento fúnebre donde se depositen los
restos de uno de los más esforzados capitanes de la Independencia
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Americana, del valeroso general que selló la de nuestra Patria en la
inmortal jornada de Pichincha".
Después de las múltiples contingencias por que han pasado los des-
pojos del Hombre de Ayacucho, creemos que ya es tiempo de que Ve-
nezuela haga las gestiones conducentes a repatriarlos. Cercano como
está el primer centenario de la batalla de Boyacá, ¿cuál ofrenda mejor
le tributaríamos a los manes del Libertador que colocar junto a sus ceni-
zas en el Panteón de la Patria, las cenizas del más amado e ilustre de
sus tenientes? Unidos con la misma llama de inmortalidad; unidos por
la excelsitud de un ideal insuperable, bien está que sus huesos, lo único
que hubo en ellos de perecedero, reposen para siempre en la tierra de
donde partieron a llenar la historia de otros pueblos y a hermanarlos al
nuestro.
Caracas: julio de 1918.
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UNIVERSITY OF N.C. AT CHAPEL HILL
00032459848